De la prolífica fábrica de retratos liderada por Monvoisin durante sus estancias en Chile, el de Emilia Herrera de Toro ha concitado un especial interés crítico, ya sea por motivos asociados a los contenidos estéticos y/o estilísticos o por el lugar que ocupa esta mujer en la historia de la clase alta chilena durante la primera mitad del siglo XIX.
En relación al primer punto, tenemos que considerar el trabajo del crítico e historiador del arte Antonio Romera, quien en dos de sus publicaciones sobre pintura chilena, realizadas a mediados del siglo XX, se detiene específicamente en este cuadro. A su juicio, en esta obra convive un intelectualismo propio de un artista formado bajo las normas del gusto neoclásico, con una especie de intuición formal romántica, que adquiere en este retrato uno de sus más acabados ejemplos, “sobre todo por la suave sensualidad de las carnaciones, por el rigor del arabesco y por la delicadeza aterciopelada de los paños” (Romera, 1951, p. 113).
Para Romera, lo que está en juego en esta valoración descriptiva del cuadro es una eterna dialéctica entre razón e intuición (o poesía, como él mismo la llama) que se manifestaría a lo largo de la historia del arte, teniendo en Chile su primer y más claro capítulo con este pintor. Por lo mismo, no duda en establecer una detallada genealogía artística que, en distintos momentos y con variadas intensidades, se manifiesta a lo largo de sus obras, haciendo especiales énfasis en los años que reside en Sudamérica.
Con respecto al segundo punto, el referido a la biografía de la retratada y su lugar en la sociedad burguesa de las primeras décadas republicanas, el trabajo de Teresa Pereira Larraín, publicado en 1979, nos ofrece una perspectiva que rescata el contexto social, histórico y genealógico en que se desarrolla la vida de Emilia Herrera.
Para la autora, se trata de una mujer que no solo encarna las virtudes morales de la época a través de sus roles como devota madre y esposa, sino que también posee un destacable sentido de patriotismo que hace de ella “un bello ejemplo para el porvenir” (Pereira Larraín, 1979, p. 196).
Nacida en Santiago en 1824 como Emilia Herrera y Martínez, su matrimonio con un descendiente del conde la Conquista, Mateo de Toro y Zambrano, fijó su nombre para la posteridad acompañado del apellido de su marido, como era la costumbre social, mas no legal, hasta hace unas décadas.
Sus primeros años transcurrieron, según nos informa Pereira Larraín, en el entorno propio de un “hogar selecto”, donde la muerte de su padre Rafael Herrera de Rojas, cuando Emilia contaba recién con nueve años, no impidió que la familia gozara de los beneficios económicos de la hacienda Lo Águila, ubicada en Angostura, que era de su propiedad desde tiempos coloniales.
Su educación se dio en el convento de las Monjas Claras de Santiago. Allí, junto a la lectura y la escritura, aprendió labores de bordado y tejido, así como los fundamentos que harían de ella una buena cristiana a lo largo de su vida.
Cabe señalar que era nieta de Paula Jaraquemada, la famosa patriota que ha pasado a la historia por el asilo dado a las tropas lideradas por San Martín tras la derrota de Cancha Rayada (1818), quien se encargó personalmente de la crianza de Emilia en la casa que la familia tenía en Santiago.
De su matrimonio con Domingo de Toro y Guzmán nacieron 8 hijos, siendo en la actualidad los más recordados Domingo de Toro Herrera, de destacada participación en la Guerra del Pacífico, y Emilia de Toro, esposa del presidente Juan Manuel Balmaceda.
Con estos antecedentes, siguiendo un esquema en que los sucesos fundacionales de la nación política, así como el rol privilegiado que jugó en ellos la elite social de la época, no debe resultar extraño que en el relato de la historiadora su participación en estos hechos se dé casi como una prolongación de ese espíritu patriótico que impulsaba a su familia. En cierta forma, el texto parece ser una actualización del género hagiográfico, tan propio a la hora de exaltar los valores de la clase dominante en la historia chilena.
Más de cuarenta años después del trabajo de Pereira Larraín, el historiador Raúl La Torre se refiere a la retratada en términos igualmente elogiosos, como forma de rescatar su figura, que no duda en definir como “quizá la mujer más olvidada en la historia de Chile”. Si bien no intenta construir una psicología del sentido patriótico de la clase alta, su objetivo es destacar su rol en un hecho decisivo para las relaciones entre Chile y Argentina, a través de ciertos testimonios materiales que actualmente se conservan en el Museo del Carmen de Maipú, institución que actualmente conserva la pintura de Monvoisin (Latorre, 2020).
En su breve nota sobre este personaje, La Torre considera importante relevar un documento fechado el 14 de enero de 1897, que sirve como certificado de una reliquia que le fue concedida como gesto de gratitud por el gobierno de Argentina. Se trata de un trozo de madera de la mesa donde fue firmada la independencia de dicho país, el 9 de julio de 1816.
El motivo de este regalo tiene su origen en el acontecimiento que marca el interés de ambos historiadores. Al igual que su abuela, Emilia Herrera dio cobijo en su hacienda a célebres personajes, como Bartolomé Mitre, Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento, que eran perseguidos por la dictadura de Juan Manuel de Rozas.
Gracias a esta situación, varias décadas más tarde y ya en plena Guerra del Pacífico, Herrera realizará activas gestiones a través de cartas, en las que exhorta a las autoridades de la Argentina a no tomar partido en el conflicto que enfrentaba a Chile con Perú y Bolivia. Para La Torre, esto explicaría que su yerno José Manuel Balmaceda viajara a Buenos Aires como ministro plenipotenciario para negociar la neutralidad argentina en el conflicto.
El ingreso de la pintura a la colección del Museo de Maipú se realizó en 1977, debido a la donación de Elena Errázuriz a nombre de su difunto marido, quien era descendiente directo de la retratada.
Con estos antecedentes que se conservan de su vida, es posible señalar que estamos ante una de las figuras femeninas más documentadas del siglo XIX, siendo tal vez pensable que se trata de uno de los modelos de mujer de clase alta más sintomáticos de los tiempos de cambio social que recorren la obra de Monvoisin.
Bibliografía
1912
“La exposición de Monvoisin”, Zig Zag, Santiago, nº 401, 26 de octubre.
1912
RICHON BRUNET, Ricardo, “Conversando sobre arte, Monvoisin”, Selecta, Santiago, nº 8, noviembre, p. 216.
1949
JAMES, David, Monvoisin. Buenos Aires, Emecé.
1951
ROMERA, Antonio, Historia de la pintura chilena. Santiago, Editorial del Pacífico, p. 42.
1955
ROMERA, Antonio, “Monvoisin como punto de coincidencia de corrientes estéticas diversas” en: Monvosin. Santiago, Instituto de Extensión de Artes Plásticas de la Universidad de Chile, p. 64.
1979
PEREIRA LARRAIN, Teresa, “Doña Emilia Herrera de Toro”, Separata de la Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, Mendoza.
2020
LATORRE, Raúl, “Emilia, quizá la mujer más olvidada de la historia chilena...”, La Tercera, Santiago, 20 de enero.
Obras vinculadas
Las obras presentadas a continuación se encuentran relacionadas entre sí, ya sea por vinculaciones familiares entre los personajes representados; procedencias y propietarios similares o bien, por contextos de producción, formación de obras seriadas, copias, temas o iconografías compartidas, entre otras cuestiones.